El Partido Popular anticipó las elecciones en uno de sus feudos históricos, porque esperaba un triunfo arrollador, mayoría absoluta en el parlamento local y un clima nacional de cambio de ciclo. Pero le ganó por apenas un punto al PSOE y no podrá gobernar la Junta sin el apoyo de la extrema derecha xenófoba de VOX, que ya exige la vicepresidencia.
le ganó por apenas un punto al PSOE y no podrá gobernar la Junta sin el apoyo de la extrema derecha xenófoba de VOX, que ya exige la vicepresidencia.
Un triunfo histórico de la derecha en su tierra natal, mayoría absoluta para su candidato, una derrota para el gobierno de coalición de Pedro Sánchez, el entierro de Ciudadanos, un techo para VOX, la vuelta de la díscola Isabel Díaz Ayuso a su papel de dirigente madrileña y un clima de “cambio de ciclo” que lo empujara hacia La Moncloa en 2023.
Todo eso había imaginado para la noche de este domingo Pablo Casado, líder del Partido Popular y jefe de la oposición española, que se puso al frente de la campaña para las elecciones anticipadas en Castilla y León, la comunidad autónoma más extensa y la sexta más poblada de España. Pero le salió todo mal.
Ni triunfo histórico, ni mayoría absoluta, ni cambio de ciclo, ni nada.
El PP ganó, sí, en una comunidad autónoma que gobierna desde 1987, cuando un treintañero José María Aznar les arrebató la Junta a los socialistas. Pero fue una victoria por la mínima, casi un empate, con sabor a derrota, que deja a Casado debilitado dentro y fuera de su partido.
El presidente de la Junta, su compañero Alfonso Fernández Mañueco, había echado del gobierno en diciembre pasado a sus aliados de Ciudadanos (que le habían dado la mayoría en 2019, cuando la división del voto de derechas permitió la victoria en las urnas del socialista Luis Tudanca) y aspiraba a obtener los votos suficientes para gobernar en solitario. Para eso, necesitaba que el Partido Popular concentrara el grueso del electorado de derechas y obtuviera al menos 41 escaños, algo que entonces descontaba. Al abrir las urnas, sin embargo, los números fueron otros. El PP le sacó poco más de 1% de ventaja al PSOE (que conquistó cuatro de las nueve provincias, la misma cantidad que la derecha), y, con el 98,53% de los votos escrutados, obtiene apenas 31 diputados, diez menos de los que necesitaba. Ciudadanos, efectivamente, se desploma (como viene ocurriendo en toda España), pero VOX crece del 5,5% de 2019 a más del 17% y de 1 a 13 diputados, quedándose con las llaves de la mayoría. Además, la sorpresa de la noche fue el éxito de las listas vecinales del movimiento independiente “España vaciada” y, en especial, la de SORIA YA, que ganó en la provincia de Soria con más del 42% de los votos y obtuvo tres diputados.
¿Cómo fue que Casado y Mañueco se equivocaron tanto en sus apuestas?
Todo comenzó en mayo del año pasado, cuando Ayuso arrasó en las elecciones autonómicas de Madrid con un discurso cada vez más extremista que desdibujaba las fronteras entre el Partido Popular y VOX, la formación xenófoba de extrema derecha liderada por Santiago Abascal a la que Casado –que cambió de estrategia una y otra vez– trataba de alejarse después de haberse acercado demasiado. No solo fue el mejor resultado para la derecha madrileña en muchos años; además dejó tercero al candidato socialista, Ángel Gabilondo, y empujó al exvicepresidente Pablo Iglesias a renunciar a todos sus cargos y retirarse de la política activa, por su magro resultado al frente de la lista de Unidas Podemos. Ayuso, exultante, recibida por sus fans con gritos de “presidenta”, elogiada por los medios conservadores como una rock star y convertida en estrella ascendente de la política nacional, dijo que empezaba “un nuevo capítulo en la historia de España” y se plantó como la auténtica adversaria de Sánchez. Detrás suyo, Casado aplaudía incómodo, en segundo plano.
Paradojas de la política: fue su mejor y su peor noche. Por un lado, festejaba al fin una victoria, después de haber sido derrotado por el socialista Pedro Sánchez en dos elecciones generales y, de yapa, en las autonómicas y las europeas. Pero, por el otro, la victoria no era suya, sino de su más temible adversaria interna, que ya no escondía su voluntad de reemplazarlo. Por mucho que tratara de mostrarse triunfal, estaba acorralado.
En ese contexto, anticipar las elecciones autonómicas en Castilla y León y Andalucía (donde ahora nadie sabe qué va a suceder) le pareció una oportunidad por partida doble: dos buenas victorias regionales, que parecían fáciles, podrían dibujar el ansiado efecto dominó nacional y, al mismo tiempo, resignificar el triunfo de Ayuso en Madrid como apenas uno más de los obtenidos por un partido en ascenso, liderado por él.
En ese momento, todo indicaba que al PP le iría muy bien y el PSOE solo podría contar a su favor, desde el comienzo de la pandemia, su victoria en Cataluña (2020), inútil porque los partidos independentistas (de izquierda y derecha) sumaron mayoría e impidieron a Salvador Illia llegar al gobierno. Lo demás era todo previsible. El PP gobierna Madrid desde 1995 y, más allá de la magnitud del triunfo de Ayuso, no había sido novedad. Tampoco la victoria de 2020 en Galicia (la tierra natal del dictador Franco, así como de Manuel Fraga y Mariano Rajoy), que el PP gana desde 1990 y solo estuvo en manos del PSOE entre 2005 y 2009, cuando sumó mayoría junto al Bloque Nacional Gallego. Castilla y León (donde comenzó su carrera política José María Aznar, que fue presidente de la Junta) es del PP desde 1987 y, si bien el PSOE tuvo más votos en 2019, eso no le permitió gobernar porque el bloque de derechas siguió siendo mayoritario. Y en Andalucía, antes bastión socialista, la suma del PP con VOX, que le arrebató en 2018 el gobierno a Susana Díaz (enemiga interna de Pedro Sánchez), tenía muy buenas chances de mantenerlo.
Anticipar elecciones en regiones con victorias más que probables serviría entonces para darle a lo local trascendencia nacional, a través una sucesión de triunfos que parecieran marcar tendencia. Por eso los números de este domingo fueron tan decepcionantes y ahora ponen en duda las elecciones en Andalucía, donde el presidente Juan Manuel Moreno podría dar marcha atrás y no anticiparlas, temiendo otro fiasco. Así, al final, el saldo son dos victorias de enemigos internos de Casado (Ayuso y Feijóo), una victoria con sabor a derrota en Castilla y León, VOX fortalecido y el liderazgo de la oposición más cuestionado que nunca.
A nivel regional, la situación del PP quedó muy complicada
A nivel regional, la situación del PP quedó muy complicada. La única posibilidad que le queda a Mañueco para seguir como presidente de la Junta es pactar con la extrema derecha xenófoba de Abascal y su candidato local, Juan García-Gallardo, que exige la vicepresidencia. Es probable que se vea obligado a dar lo que le pidan, pero los costos serían altísimos. A esta hora, Mañueco debe estar pensando por qué no se quedó con la mayoría que tenía antes, aliado a un partido debilitado como Ciudadanos, en declive en todo el país, que no amenazaba su liderazgo. Pero peor ha sido la noche de Casado, que pasó las últimas semanas de campaña rompiendo todos los límites, divulgando fake news, hablando de la ya inexistente ETA, del comunismo imaginario, del conflicto catalán y de todos los fantasmas que pudiera agitar, y no le sirvió de nada. Ni siquiera en su pueblo, Navas del Marqués, donde fue a sacarse una foto rodeado de vacas en defensa de las macro granjas y la abstención este domingo fue de más del 40%, un crecimiento de veinte puntos.
“Hemos ganado”, repiten sin parar los dirigentes del PP desde que se abrieron las urnas. Es técnicamente cierto, pero no parece que ni ellos mismos se lo crean. Mientras tanto, en veredas opuestas y preparados para enfrentarse cuando llegue la hora, Pedro Sánchez e Isabel Díaz Ayuso deben estar sonriendo frente al televisor, aunque no hayan ganado nada.
También Santiago Abascal, el líder de la extrema derecha que hoy festejó como nadie. Los sucesivos errores de Casado le vienen sirviendo en bandeja un crecimiento cada vez mayor para VOX, un rejunte de xenófobos, homofóbicos, racistas, misóginos, anti vacunas, nostálgicos de la dictadura de Franco y extremistas peligrosos que ya tiene acuerdos de gobierno con el PP en Madrid, Andalucía y Murcia.
Con la complicidad suicida del Partido Popular, el partido fundado por Abascal se ha transformado en uno de los más recientes miembros del club de fascistas que amenazan la democracia liberal en Europa, ya gobiernan Polonia y Hungría y cada vez pisan más fuerte en otros países.
España, hasta hace muy pocos años, parecía una saludable excepción.Ya no.