La Unidad Nacional para un país normal

Por Nahuel Palomo

La falsa dicotomía que plantea una de las fuerzas políticas. La necesidad de reconstruir la matriz política de nuestro país. Las escenas provinciales como contraposición de la toxicidad de continuar leyendo la política en clave porteña. ¿Por dónde pasa la verdadera valentía política?

“Voy a convocar a un Gobierno de unidad nacional como presidente, convocando a los mejores sin importar su fuerza política” expresó Sergio Massa el 22 de octubre por la noche, luego de haberse convertido en el candidato más votado, revirtiendo temporalmente una dura elección que atraviesa el oficialismo

Hay perfiles e identidades políticas que llevan años para construirse, fruto de los vaivenes y contextos que atraviesan a la política argentina. A Massa, con idas y vueltas en la generación de sus alianzas estratégicas, no se le puede desconocer la vocación de diálogo y su visión de entender al sistema político vía la generación de acuerdos que permitan el establecimiento de puntos básicos de desarrollo. No hay sorpresa en la línea argumental de por qué debería ser electo presidente el 19 de noviembre si se toma en consideración la convocatoria a un gobierno de unidad nacional. Así como el actual Ministro de Economía tiene falencias en la función estatal que emprende, no se le puede desconocer la coherencia de la propuesta política de gobernar en un marco de unidad nacional con su trayectoria política.
La propuesta de la ancha avenida del medio, un viejo refrán que sirvió para contrastar la grieta entre kirchnerismo y macrismo, fracasó en todos sus intentos electorales. La propuesta del frente electoral UNA que le rezaba a la tesis “Unidos para Construir Una Nueva Alternativa” también fracasó en todos sus emprendimientos electorales. Desde fuerzas progresistas hasta alianzas interprovinciales, que tienen su propia lógica política diferente al clivaje nacional, participaron de estos procesos que fracasaron en sus propuestas superadoras a la grieta más moderna de nuestra historia, que sigue teniendo como una de sus principales protagonistas a la resolución 125 del Ministerio de Economía del año 2008.
Quizás el porteñismo político de estas 2 décadas nos privó de estudiar las dinámicas provinciales, que apalancadas en la necesidad de recoger recursos para sus jurisdicciones, generan y rompen acuerdos políticos que les permiten la gobernabilidad de sus ejecutivos. Si la política nacional está atravesada por una inagotable y estresante grieta que paraliza y hunde el establecimiento de puntos políticos clave, la política provincial mutó diametralmente a la inversa. Quizás los 10 gobiernos provinciales que asumirán en diciembre con pluralidad de signos políticos, y distintos a las tradicionales estructuras nacionales, sean la muestra más clara de cómo nuestro país ofrece la posibilidad de acuerdos que trascienden el agotamiento institucional que generan las constantes divisiones nacionales.
La matriz política de los últimos 15 años fue la grieta. La imposibilidad de construir un país normal, donde la dirigencia política discuta asuntos de estado, y no lleve el debate al revanchismo personal o a las chicanas de índoles excedentes a la institucionalidad nacional, y donde no convivan intentos de asesinato a los principales dirigentes de uno u otro espacio político, parecería ser uno de los grandes causantes de la aparición de los obstáculos políticos para, por ejemplo, terminar con la caótica inflación que sufrimos. Desconocer la naturaleza política de este problema macroeconómico es caer en el grave error de percibir que su origen es técnico. Cuesta creer que nunca haya llegado al 5to piso del Ministerio un paper que explicara cómo solucionar los problemas argentinos.
La vieja categorización de “país normal” que construyó Néstor Kirchner quedó lejana en el tiempo. 20 años después, el escenario de balotaje que quedó conformado de cara al 19 de noviembre ofrece la continuidad de la matriz política mencionada o la posibilidad de construir un esquema de gobernabilidad que sea alternativo a lo común. No son los nombres los que asumirán las consecuencias de los cambios estructurales de nuestro país, independientemente de quien asuma el 10 de diciembre. Argentina no cuenta con un mesías que tenga la suficiente legitimidad política para afrontar esa situación social. Argentina tampoco cuenta con una fuerza política propia que se encuentre en esas condiciones. La crisis económica que atraviesa la sociedad argentina no se merece sumarle una crisis social sin dirigentes que tengan suficiente respaldo político para liderar los procesos traumáticos que toda transformación estructural implica. No puede haber orden social si no hay un claro orden político, que se puede generar por 2 vías: un 54% de posicionamiento positivo por parte del electorado, como fue el de Fernández en el 2011, o la generación de alianzas interpartidaria del Kirchner del 2003-2007.
Las propuestas de Javier Milei y Sergio Massa son claras en cuanto a la conducción política de su futuro gobierno nacional, donde el actual diputado nacional propone abiertamente la continuidad y profundización de las divisiones políticas. Si bien hasta el domingo a las 20:00 hs. su posicionamiento era contra la dirigencia política nacional, ahora plantea una clara confrontación con el kirchnerismo, encontrando dentro de su principal objetivo “ser quien le ponga la tapa al ataúd” de esta fuerza política. Así como el mundo no ofrece ejemplos de economías que se desarrollen con los altos niveles de inflación como los que sufre Argentina, tampoco se encuentran casos mundiales en los que la falta de consensos, la búsqueda de la eliminación del otro y la promoción de la violencia política hayan sido parte de las herramientas utilizadas para las soluciones estructurales. Si bien la motosierra y la dinamita son más atractivas en el contexto de descontento social que atravesamos, hay que tener presente que son incompatibles con las vías de resolución pacíficas como las que se merece nuestro país.
Profundizando en la recategorización del discurso libertario, cuesta creer que el clima político futuro pase por “libertad o kirchnerismo”. Al candidato oficialista se lo podrá enfrentar bajo muchos calificativos, pero difícilmente se lo pueda percibir como “kirchnerista”. A 20 años de la emergencia del kirchnerismo, estamos en presencia de la primera fórmula presidencial sin presencia de un actor político kirchnerista puro. Sin embargo, si se profundiza sobre la categorización presentada por La Libertad Avanza, resulta de un pensamiento político chato e ingenuo creer que el gobierno del líder del Frente Renovador vaya a ser comandado por el núcleo kirchnerista. Solo un recién arribado al análisis político podría caer en semejante error.

Al candidato oficialista se lo podrá enfrentar bajo muchos calificativos, pero difícilmente se lo pueda percibir como “kirchnerista”

En contraposición con el histórico perfil identitario que construyó Massa a lo largo de su carrera, a base del diálogo y la conexión con dirigentes de vastos sectores políticos, en una noche Milei perdió una proporción importante de la bandera que lo llevó en 2 años a tener un exponencial crecimiento electoral. Su discurso versus la casta política en su globalidad le había sido exitoso a grandes escalas, el resultado electoral de noviembre determinará si plantear una alianza con el ex presidente Macri y la cúpula del PRO le fue favorable o perjudicial. Si se analiza la alianza entre la acusada de “poner bombas en jardínes” y el líder de “ideas malas para nuestro país” con los parámetros de “casta” y “negociación de la política sucia” que vino a instalar el liberalismo a la política argentina, no se puede desconocer que le fallaron a sus ideales. A priori, lo seguro de confirmar es que perdió la gran originalidad que lo construyó como político, lo cual no quiere decir que vaya a perder en su caudal de votos, eso transita por otro camino. A priori, lo seguro de confirmar es que le entregó un argumento discursivo al oficialismo.
Si bien el candidato libertario afirma que en el 90% de las cosas está de acuerdo con Juntos por el Cambio, cuesta creer que solo el restante 10% sea protagonista de la dolarización y eliminación del Banco Central, cuyo principal mentor fue el abuelo del actual senador nacional de Juntos por el Cambio, Federico Pinedo. Tomando las palabras de Milei, en la conversación con el Ingeniero Macri no figuró el punto de la entidad bancaria. Si no se habló de lo importante, puede que el presidente de la Convención Nacional del Radicalismo haya tenido razón. En términos estratégicos del ex asesor económico de Corporación América, si Macri ya venía interviniendo en la organización de la campaña vía el recaudador de fondos y su compañero de bridge, Pedro “Pierre” Pejacsevich, y Santiago Caputo, entre otros, ahora no quedarán dudas de que la conducción del espacio libertario está en manos del ex presidente.
Si se toma en cuenta la retórica de cada uno de los líderes de los espacios participantes del balotaje, no se requieren grandes esfuerzos analíticos para encontrar que la verdadera columna vertebral del proceso electoral del mes que tenemos por delante pasará por “unidad nacional o eliminación del otro”. Llevamos décadas atascados en esta segunda acción con la grieta como protagonista principal, y hemos fallado en la construcción de un país democrático que le brinde soluciones integrales a los habitantes de este suelo. Quizás llegó el momento de convocar a los mejores dirigentes de este país, y no continuar con la tesina de exterminar al que piensa diferente.

El verdadero cambio político no pasará por los nombres en sí, sino por la forma en la que se construya el volumen político necesario para afrontar las causas y consecuencias de la realidad argentina

La valentía política que requieren los problemas estructurales que nos aquejan no pasa por gritar fuerte, agarrar firme una motosierra o dinamitar las instituciones públicas con las que no se coinciden, sino por tener el coraje de sentarse a dialogar y buscar los puntos en común que faciliten programas de desarrollo a largo plazo, como un país normal. Si bien hoy la promoción del diálogo y de acuerdos es menos atractiva en comparación a fomentar “el estallido”, la conformación de un país normal debería ser lo suficientemente motivante para intentar encontrar puntos en común a través del reconocimiento del otro, y no de su eliminación.