Por Víctor Nahuel Palomo
¿Qué esperar de un gobierno que gestionó mal durante 4 años? ¿Cómo reconstruir una legitimidad vaciada de poder? La ¿crisis? de representatividad. Demasiado premio para pocos méritos.
terminó primando el descontento económico por sobre las dudas y los miedos generados por la alianza negacionista
Hay una serie de factores que parecería producir hechos que no rompen con la lógica tradicional de los sucesos argentinos. Quizás las dudas que generaba la presencia de un candidato que niega el plan sistemático de desaparición forzada de personas llevado a cabo por la última dictadura cívico militar, o su liviandad para confirmar su creencia en la democracia llevaron a darle expectativa de victoria a un ministro de economía de un gobierno protagonista de una inflación acumulada del 120%. Con los resultados electorales sobre la mesa quedó demostrado que terminó primando el descontento económico por sobre las dudas y los miedos generados por la alianza negacionista. Sin embargo, hay otra certeza y es que la decisión electoral que se da en el cuarto oscuro no solo se basa por preceptos económicos. El crecimiento electoral que gozó Sergio Massa entre las PASO y las generales demostró este precepto.
El crecimiento de la pobreza y la pérdida del poder adquisitivo del salario real que generaron estos 4 años de internismo feroz por parte del oficialismo justificaron la existencia de una de las reglas de oro de las campañas electorales. El que aumenta la pobreza, pierde. La historia de una fórmula de cogobierno entre los Fernández comenzó con un video en redes sociales encriptado entre 5 personas del peronismo nacional y terminó sin diálogo entre ellos, con un candidato que intentó -con errores y aciertos- encolumnar una situación económica que venía de sufrir 3 años sin autoridad gubernamental.
El difunto Frente de Todos se encargó de ser una coalición de gobierno con una devaluada figura presidencial ausente de la personalidad política necesaria para liderar la renovación dirigencial que exigía la sociedad desde octubre de 2019. También se encargó de ser una coalición de gobierno con un sector mayoritario focalizado en deslegitimar a la figura presidencial y en exponer sus críticas hacia la gestión en un intento, tristemente novedoso y fallido, de ser la principal oposición desde su rol de oficialista.
El peronismo naturalizó durante todos estos años la fractura entre el jefe de estado y Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, Alberto Fernández, y su vicepresidenta, Cristina Fernández. Se hizo común la irracionalidad de gobernar sin dialogar entre funcionarios. Se hizo común no tener un presidente que planifique el accionar gubernamental. También se hizo común contar con funcionarios que se abocaron a sus discusiones internas y sus objetivos particulares. Tal como señala Martín Rodrígez, la política oficial se dio todos los lujos: hasta el de pelearse a cielo abierto. Ante esta irracionalidad absoluta, la consecuencia fue imperiosamente lógica. La derrota.
Las advertencias sociales fueron todas debidamente esgrimidas. No hay lugar para la sorpresa ante el creciente malestar social que se fue generando, por un lado, por la crisis económica que viene sufriendo nuestro país hace -mínimo- 8 años y, por el otro, por la fragmentación y lejanía que se da entre los representantes políticos y representados.
Se hizo común la irracionalidad de gobernar sin dialogar entre funcionarios
El concepto de casta instalado por Milei, independientemente de su posterior alianza con ella, vino a graficar los privilegios de una dirigencia que no se condice con la forma de vida y el sentir popular de los representados. La comodidad de una rutina palaciega que viaja en autos oficiales y se exime de hacer filas públicas como cualquier mortal hace tiempo es rechazada por un amplio sector social. O mejor dicho, es mucho más inmoral e increíble que esas prácticas dirigenciales las lleven a cabo quienes tienen aspiraciones de representar a las grandes mayorías y transformar la realidad de los sectores sociales más postergados. La exigencia que atraviesa al peronismo debe ser mayor porque el listado de sus objetivos es de esas características. La ruptura se presencia en un sinfín de ejemplos diarios, pero sin lugar a dudas el primero de ellos es no tener conocimiento alguno sobre lo qué siente la sociedad. Negar que hay un proceso de derechización acompañado de la creciente fragmentación social es minimizar el sentir del pueblo argentino a los números macroeconómicos y micro. Las charlas sociales muestran argumentos que se conectan históricamente con los lineamientos de la derecha política argentina. La libre portación de armas, la visión sobre el sector público, la relativización de las políticas de los derechos humanos y el fomento al empoderamiento de las fuerzas policiales son una constante de los últimos años, independientemente de la situación económica. La victoria de la fórmula negacionista demuestra qué importancia le da la sociedad a puntos sensibles para la memoria colectiva. Negar ello es comenzar con un mal diagnóstico de la sociedad a la que se pretende gobernar.
El peronismo cayó en la cultura de la imposibilidad. El peronismo no solo es la resistencia, es, ante todo, realidad. Lo es porque, en primer lugar, emana de ella. No es una creación o un invento extranjerizante con una cultura teórica ajena al sentir de la comunidad argentina. Es un movimiento consecuente de las creencias populares. En segundo lugar, el peronismo es la realidad como horizonte. O mejor dicho, otra realidad. La justicia social no es una construcción aislada carente de cuerpo conceptual e historicidad ya aplicada, es una realidad que el pueblo puede demandar porque ya la conoció.
El peronismo no solo es la resistencia, es, ante todo, realidad. Lo es porque, en primer lugar, emana de ella. No es una creación o un invento extranjerizante con una cultura teórica ajena al sentir de la comunidad argentina
El lugar de oposición oficialista en el cual cayó una gran parte del peronismo detenta una lectura errónea acerca de la responsabilidad que conlleva formar parte de un gobierno nacional electo por el pueblo. La narrativa de la constante derrota ante las fuerzas de poder o los factores que imposibilitaron un mejor desarrollo gubernamental no pueden ser ejes centrales de un gobierno peronista. El peronismo cayó en la tesitura de la prevención de la crisis y, peor aún, en la dinámica de “salvarse del helicóptero” o “agarrar una papa caliente”. El peronismo no es la construcción de una realidad que se evitó, sino la emergencia de otra realidad que se condiga con el sentir social y que tenga como horizonte un bienestar general. La irracionalidad que conllevó la falta de liderazgo político por parte de la presidencia de la nación y la constante disputa de poder por parte de la vicepresidenta devinieron en la lógica de un gobierno desarticulado, improvisado y sin una planificación que lo direccione hacia el horizonte de la realidad que debería construir.
Los desastrosos números que tuvo el oficialismo en el interior del país no son más que la consecuencia de la irracionalidad de construir una narrativa política y un gobierno nacional anclado en la lógica ambacentrista. Desde la inauguración de la pandemia con sobredosis de análisis porteño y la consecuente toma de decisiones que ello implica, este gobierno pecó de omitir cómo quedó pintado el mapa de Argentina post elecciones generales del 2019. El Frente de Todos había sido votado en todo el país, salvo en la región centro y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Un gobierno, que pretendió tener un carácter federal con unas añejas reuniones de gabinete a lo largo y a lo ancho del país, terminó casi obligando a los gobernadores a recorrer Avenida de Mayo -de casa rosada al Congreso- para definir la fórmula presidencial de unidad. En el medio, bajaron de su candidatura a vicepresidente al gobernador Juan Manzur.La falta de conexión entre las realidades provinciales y la instalación de agendas que intentó promover el gobierno fue un error que no escapó a la lógica kirchnerista de no romper con la frontera bonaerense que lo separa del resto del país. Hace tiempo que el peronismo naturalizó que la relación entre el interior del país y los representantes quedé centralizada pura y exclusivamente en los gobernadores. Más aún, esta lógica se repite hacia el interior de la provincia que posee el 37% del padrón electoral nacional. Los intendentes del conurbano son los jefes políticos de sus territorios en absoluto, por más que allí la figura de Cristina continúe siendo predominante. La irracionalidad de querer construir una sociedad desde la lógica ambacentrista y abandonar el complejo, pero honesto, desafío de moldear un gobierno a medida de la sociedad llevó a la lógica del fracaso continuo.
De Milei se podrán resaltar virtudes y defectos, pero es innegable que logró canalizar perfectamente el descontento social con la política y la realidad inflacionaria. No intentó modificar el sentir popular, sino que se acomodó a él y desde ahí direccionó el resto de su discurso político. No caben dudas de que su performance mediática y electoral está repleta de irracionalidades a la hora de diagnosticar la realidad para proponer motosierra o dinamita, sin embargo conecta de forma lógica con el descontento y el enojo que respira la opinión pública. En ese sentido, Milei fue más peronista que ninguno. Representó el sentir popular porque lo entendió de forma directa. Escenificó todo su espacio como si fuera parte de la realidad social, escondiendo a la verdadera casta que lo sustenta.
La falta de conexión entre las realidades provinciales y la instalación de agendas que intentó promover el gobierno fue un error que no escapó a la lógica kirchnerista de no romper con la frontera bonaerense que lo separa del resto del país
Que la fórmula oficialista haya llegado a la segunda vuelta es una anomalía que solo lo explica la oferta electoral de la coyuntura y el profesionalismo del comando de campaña de Unión por la Patria. Nunca se sabrá, pero ¿qué hubiera pasado si el oficialismo hubiera demostrado esta unidad de liderazgo a lo largo de estos 4 años? Si el peronismo perdió por 10 puntos contra el candidato que mejor se prestaba a la hora de resaltar sus defectos, ¿por cuanto hubiera perdido el oficialismo frente a un candidato menos erróneo como Larreta o Bullrich? Haber llegado al balotaje fue un gran premio en relación a los pocos méritos sociales que logró el gobierno. Asusta pensar que el mejor escenario que pudo haber tenido fue una derrota por 11 puntos.
El peronismo deberá volver a la difícil pero imprescindible tarea de leer los tiempos sociales que atraviesa nuestro país. La realidad mutó, pero el peronismo ambacentrico no tuvo ese baño de realidad para saber qué estaba pasando afuera del palacio. Fueron años de sobredosis de discusiones internas y externas creyendo que la sociedad debía conocerlas para hacer un justo balance de la gestión gubernamental. No se vio que la sociedad solo quería vivir mejor y que para ello habían votado a la fórmula Fernández-Fernández. Se mal interpretó que el caudal de votos del 2019 era un pasaje hacia el 2003-2015. Tal vez, como decía Néstor Kirchner, la gente quería vivir en un país normal.